domingo, 14 de noviembre de 2010

¡ QUE SESENTA AÑOS NO ES NADA !



Ya es hora de cambiar nuestras creencias acerca del envejecimiento y la vejez. La autoestima no puede -ni debe- pasar por el calendario...

Durante generaciones hemos permitido que el número que corresponde a los años que llevamos en el planeta, nos diga cómo hemos de sentirnos, vernos y comportarnos, y lo que se acepta mentalmente se convierte en verdad para nosotros; ya es hora de cambiar nuestras creencias acerca del envejecimiento y la vejez. Muchos hemos aprendido que cambiando nuestra forma de pensar, podemos cambiar nuestra vida, pues así podemos hacer que el proceso de envejecimiento sea una experiencia positiva, vibrante y sana.     
Después del gran despliegue de la juventud, el hombre deberá lograr la calma. Es fundamental saber que el envejecimiento no es una enfermedad, no es patológico, ya que según el concepto de salud de la Organización Mundial de la Salud, implica un completo estado de bienestar psicofísico y social, en ausencia de enfermedad, en teoría no se puede aplicar a los adultos mayores. 
La Tercera Edad en el Tercer Milenio, es un desafío para todos. Muchos adultos mayores llegan a la edad de la jubilación y se sienten todavía en plenitud, en forma, vigentes, lúcidos, llenos de iniciativas y planes; otros muchos, aunque ven disminuidas sus potencialidades físicas al llegar a esta etapa, sienten que aunque la mente esté lúcida, la sociedad les dice, por medio de la jubilación, que deben dejar el puesto a gente más joven y nueva y que deben retirarse.
Una de las primeras necesidades del ser humano, es sentirse aceptado, querido, acogido, perteneciente a algo, a alguien; son los sentimientos en que se basa la auto-estima, que consisten en saberse capaz, sentirse útil, considerarse digno. Por lo tanto, no puede haber auto-estima si la persona percibe que los demás prescinden de él, ya lo veía así el “viejo” Maslow, en su famosa pirámide de necesidades, donde describe un proceso que denominó “autorrealización” y que consiste en el desarrollo integral de las posibilidades personales. 
Auto-estima, consiste en las actitudes del individuo hacia sí mismo, mientras son positivas se dice que hay buen nivel o alto de auto-estima; en las actitudes se incluye el mundo de los afectos y sentimientos y no sólo el de los conocimientos, pues los componentes de la actitud encierran gran variedad de elementos psíquicos. De ahí que, para la educación y formación de las personas, sea importante para formar actitudes, porque así se puede asegurar una formación integral y no fraccionaria y entonces, así se garantiza un alto nivel, que le permite al individuo hacer frente con dignidad a importantes contrariedades de la vida y no decaerá su ánimo fácilmente. 
Por esto, si a una persona que se siente bien, saludable y con fuerzas, se le dice que ya no hace falta en el trabajo, es probable que se influya en el deterioro de la auto-estima; el adulto mayor se siente desconcertado ante dos experiencias contrarias: él se siente bien y con ganas de trabajar, por otro lado, la sociedad marca una edad para dejar el trabajo lo es un duro golpe a la auto-estima y proyecta múltiples consecuencias hacia lo físico y lo somático, porque estudios modernos comprueban que una persona permanece más inmune si tiene muestras de afecto,  a través de sus lazos amorosos, familiares y sociales. 
Los estudios e investigaciones modernas, indican que las emociones positivas y negativas influyen en la salud, más de lo que se suponía, y si no se tiene un desarrollo afectivo óptimo, no se desarrolla la inteligencia, así es que hay una relación directa entre el afecto y el desarrollo cerebral, intelectual. La inteligencia depende de la vida de la niñez, cuando se va estructurando la persona; entonces hay que volver a valorizar el afecto. Y a esta mezcla, de inteligencia y afecto, se le llama inteligencia emocional. 
Hoy se sabe que la inteligencia es más que una determinada función de la mente humana, medida en términos de coeficiente intelectual; el ser humano, a la hora de tomar decisiones y actuar no lo hace guiado por su inteligencia cognitiva, lo hace por el impulso de sus emociones y sentimientos, que deben ser guiados, orientados, controlados y expresados mediante los dictados de una sana inteligencia emocional; por ejemplo, a la hora de elegir una pareja, no se guía generalmente por el frío intelecto, sino por la calidad e intensidad de los sentimientos que hay en ese momento.     
Y los aprendizajes practicados hasta ahora, han insistido más en el mundo cognitivo que en el emotivo; sólo el ambiente familiar ha sido útil en el manejo positivo del mundo afectivo y que sucede cuando el mismo núcleo familiar carece de la solidez afectiva necesaria. 
Para poder vivir bien la vida, es necesario, no sólo la inteligencia cognitiva, sino también, y sobre todo, la inteligencia emocional y la auto-estima que van a la par; las personas con mejor y más adecuada expresión de sus sentimientos y emociones, son a la vez, personas seguras de sí mismas, con mayor sentimiento de libertad y autonomía, con mejores relaciones interpersonales y por ello mismo, con mejor nivel de auto-estima. 
Una de las primeras crisis de la edad madura, es, a menudo una crisis de desgaste, desánimo y desilusión, por la experiencia que vive el adulto mayor al verse, de pronto, no aceptado; y sentirse así, sin una razón objetiva, al sentirse todavía como ser vigente y capaz de sentir y servir, y se convierte en una crisis que se agudiza por las pérdidas que se van acumulando en la vida del adulto mayor, como el trabajo, seres queridos, etc.; si estas pérdidas no se compensan con un buen manejo del campo afectivo, puede que el adulto mayor se vea invadido por perjudiciales sentimientos negativos, que afectarán su auto-estima, especialmente en las mujeres. 
Los parámetros y valores culturales imperantes en la sociedad favorecen poco la auto-estima del adulto mayor, ya que el modelo cultural imagina una decadencia y lo condena a ser testigo de su propia decadencia; esto hace frágil y vulnerable la auto-estima, aunque la razón y la afectividad no decaen al ritmo biológico, al contrario, se incrementan hasta el último día de vida. La Organización Mundial para la Salud, define el “viejo sano” como aquel individuo cuyo estado de salud se considera no en términos de déficit, sino de mantenimiento de capacidades funcionales, es necesario entonces, recordar que el envejecimiento de las células cerebrales es más lento y es recomendable aprender algo nuevo, en una especie de gimnasia intelectual.

Por Gloria Molina Pérez y Adriana Judith Saldaña Lozano


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